La Xenofobia vino de Allende el Bermejo

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Por: Alfredo González González

Existía la imveterada costumbre de personajes que arribaban a estas playas. Eran distinguidos con puestos públicos de renombre. Habitualmente en la Secretaría General de Gobierno.

Entre los visitantes llegó un individuo bastante filoso que hacía mofa de la forma de vestir de los sudcalifonianos.

Pero como todas las cosas, se encontró con la horma de su zapato. Un hombre que parecía una montaña era enemigo de estas situaciones al grado tal que entraron en un conflicto que se hizo público

Juanito, así le llamaremos odiaba profundamente estas actitudes por que la premisa que aplicaba era el por qué siendo un desconocido venía a burlarse de quienes habían nacido en estas latitudes.

Pero como todo alfa tiene su omega, muere el desconocido. Como era una figura oficial fue velado en uno de los pasillos del otrora Palacio de Gobierno ubicado en Calle Madero entre 5 de mayo y constitución.

Juanito arregló su mejor traje tétricamente de negro y demás arreos. A eso de las 8 de la noche, cuando lo más granado de la sociedad paceña se encontraba haciendo comentarios y guardias se escuchó una voz que dijo: miren lo que son las cosas. Si en vida no hubo reconciliación, irónicamente la muerte los vino a unir en un dejo de nobleza.

En esos momentos se escuchó un vocerrón que dijo:

¡Así te quería ver, hijo de tu chingada madre!

Juzgue el lector.

A petición del público, narraremos una más y esta me la comentó el querido y respetable maestro Gonzalo Carrillo Castro. Guardan cierta similitud ambos relatos.

Se habla, (no ubico si aquí en la entidad o en otra parte), dos personajes que desde donde se encontraban y dada su agilidad para componer algunos versos pícaros la gente los seguía. A uno le apodaban el negrito poeta.

Al otro, a secas era Quevedo me imagino que no se trata del escritor. Un buen día, encontrándose Quevedo con sus dos hermanas le recitó una composición espontánea:

“Quevedo que al prado vas y que a tus dos hermanas llevas, diles que tengo dos brevas

Con palito nomás”.

Viene la respuesta:

Quevedo se aclara la voz y ya para eso tiene público:

“permita el cielo bendito

Y ya que tu no las llevas

Que se te sequen las brevas

Y se caiga el palito.

FIN

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