Una tarde noche de fantasía

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Por: Profr. Alfredo González González

El subconsciente había sido despertado. No se definía si era de madrugada o estaba oscureciendo.  La ciudad tranquila. Me estremeció aquella tranquilidad  pues no había absolutamente nadie en las calles aledañas a mi domicilio. 

De pronto según esto rehabilitado de mi espalda baja me encontré transitando por las callejuelas del puerto hasta llegar al viejo muelle fiscal observado en su estado original, construido con pilotes de madera recubierto con resinas que lo hizo resistir muchos años, por cierto donde abundaba la pesca.

Recordé los viejos barcos: los korriganes, el Araguán, el Edna Rosa, el San Jorge, el Arturo, el San Miguel hasta estas fechas reportado como desaparecido. En fin. Todos ellos durmiendo el sueño eterno en las profundidades del mar. Al hacer el recorrido de la salida vi la Torre del vigía la cual era la que anunciaba cuando había mal tiempo con banderolas de diferentes colores y el bullicio de aquellos hombres fuertes de la CROM  encargados de la carga y descarga de los buques que atracaban.

Nada, absolutamente ni una sola alma.

Me dirigí hacia la parte norte del malecón y el subconsciente me apuntaba que aquello que era un kiosco donde tocaba la vieja orquesta de don Luis González y sus tigrillos y que un general siendo gobernador lo destruyó vino otro, un civil, y lo volvió a hacer. Muy lejanas las notas de los danzones Nereidas, Juárez, La Pecosita, porque era centro de baile al aire libre frente al mar en el verano y en el invierno la plaza de la Constitución, el jardín Máximo Velazco.  Pero era mi imaginación únicamente.  Parecía que el reloj se había detenido. Ni era noche ni era día. De pronto escuche el tañido de las campanas de la catedral de nuestra señora de La Paz. Las puertas del templo, del centro y laterales estaban abiertas pero ningún feligrés se encontraba adentro, ni el anciano aquel a quien llamábamos juaritos con sus antiparras lilas y su bufanda color mostaza para abrigarse había hecho al llamado a Misa o a Rosario.

Salí y recordé que era 2 de Noviembre,  día de los fieles difuntos. Cabía la posibilidad que mucha gente estuviese en el cementerio los San Juanes aunque no se explicaba la ausencia de la gente en las partes de la ciudad. Deseoso de saludar, de ver gente grande fue mi sorpresa que no había ningún vehículo, las puertas del cementerio abiertas, y en su interior ningún familiar de los que ahí descansan. Me puse más dubitativo. No tuve el valor de entrar y al dar el primer paso para devolverme a mi carro un vocerío se escuchó, pero que no solamente provenía del cementerio local sino de muchos cementerios. Era un eco de estruendo y se escuchaba:

“¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!”

Más preocupado con ciertos temores me retiré del lugar y me fui a meditar frente a la playa, a esas viejas bancas sempiternas. No hay explicación lógica ni en la iglesia ni en el campo santo, ni en las calles, ni en los restaurantes. Lucia la ciudad como abandonada como si algo muy poderoso hubiese arrasado como arrasaron en Ayotzinapa. Tocaba puertas, aquí y allá y nada.

Al voltear hacia mi lado izquierdo observé un baja mar una luz brillante me llamo la atención y me encaminé y había un baúl y dentro del baúl había una caja más pequeña. En la primera parte del mencionado se habían votado unos candados.

Y en un apartado había una caja más pequeña y de su interior surgió una voz tersa, tranquilizadora. Y me dijo en lo que yo después comprendí que era Latín: “Ego sum spes” que quiere decir “Soy la esperanza” y he visto muchas cosas.

Me pregunto: ¿te acuerdas de aquel hombre que en una montaña dijo un sermón a sus antepasados?

Entre otras cosas nos dijo como pedirle a Dios, el padre nuestro. Pero hizo énfasis en un vocablo: “Nunca pierdan la fe y la esperanza”

Le pregunte que sí que podía hacer. Y me dijo que me dirigiera hacia un árbol frondoso que está a mis espaldas y en un nudo del propio árbol lo oprimiera. Lo hice tal y como me dijo y se abrió como una puerta pequeña y aparecía tres objetos: la santa biblia, algunos pasajes del decálogo que Moisés entrego al pueblo hebreo que una de sus partes dice: no mataras, en otro: no levantaras falsos testimonios  y mentiras, etc. Y un tercero era una arma mediana de asalto las dos primeras cabían en la bolsa de la chaqueta y el arma de fuego no llegaba a pesar tres kilos ochocientos gramos. Creo que eran una AK-Z50

El arma es para que defiendas a los humildes,  porque Dios es Justo pero no se puede andar por ahí practicando la necrofilia con cadáveres como tampoco se pueden violentar los templos por una caterva de tipejos desquiciados por sustancias tóxicas y retando abiertamente no solamente a la ley de los hombres sino a la ley divina.

La esperanza también debe ser protegida porque esa es la fe de los humildes. Recuérdalo siempre.

La frase de hoy: “Ego sum spes” (Yo soy la esperanza)

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