Miércoles de anecdotario

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La actividad periodística en el Eco de California durante la época que lo dirigió Félix Alberto Ortega Romero me dio la oportunidad de al menos dos o tres veces por semana ir a la vieja casa de la avenida Revolución número 33 y atravesando el pasillo y el emparrado llegábamos a la calle Reforma.

Eso me hizo establecer una relación de amistad con doña María Teresa y sus hijos Félix Alberto, Pedro Cesar, Amelia, María Teresa y Lupita y Enrique. Igualmente con sus colaboradores María Teresa Higuera Peña, Rosa Romero Velez, Alejandro D. Martínez, Manuel Torre Iglesias, Eduardo Velázquez Chávez, Cesar Castro Peña, Fernando Escotinichi, Ignacio del Rio, y Algunos que esporádicamente colaboraban y poco tiempo después se integraría Carlos Castro Beltrán. Puro cuarto bate. Mención especial me merecen muy jóvenes, Domingo Valentín Castro Burgoin, destacado escritor, poeta, y mi ahijado Mundo Lizardi que por cierto lo traigo extraviado. Se integrarían el Prof. Francisco Higuera Martínez, autor del ecograma y una columna que la escribíamos entre todos que se llamaba: ¿Por qué? Y la tecnología del linotipo, nuestro compadre de todos y buen amigo, Humberto de los Ríos Cuevas. Como asesores, el señor Manuel Encinas Cuadra y Merced de la Cruz Salgado.

Quiero aprovechar este espacio para honrarlos y recordarlos.

Un miembro de la familia que posteriormente fue compadre de un servidor, Fidencio Romero Higuera, platicaría que desde muy joven estuvo como auxiliar del general Félix Ortega Aguilar en las Playitas de la Concepción. Tiempo en que se había repatriado el guerrillero que en 1913 lanzó el Plan de  las Playitas contra el usurpador Victoriano Huerta.

Se arrellenaba en la silla y abajo del emparrado y en la vieja mesa donde el señor Simón E. Cota levanto el acta correspondiente al plan una noche de Junio de 1913 inicio una conversación. La recuerdo más o menos así.

Como dijimos estaba muy joven, el general ya mayor de edad con su bastón y doña Catalina su esposa habían seleccionado el lugar que tanto amaban. El hijo mayor, José María un día fue invitado por dos amigos de ranchos de la periferia para venir a la Paz a gustar. Prepararon sus monturas, decidieron salir después del mediodía y dormir hasta la llegada al camino real para salir más temprano que de costumbre hacia La Paz. Llegaron a buena hora. Se dieron su alisadita y salieron a la pequeña población de aquel entonces. Mi compadre Fidencio se aclaró la garganta y prosiguió la charla: a uno de ellos se le ocurrió aventarse un quien vive o sea, disparar un arma, lo que en aquel tiempo era muy penado.

Luego luego fueron tomados por la gendarmería, llevados ante un jefe militar de esos que parece que los parieron con hiel, ordenó su encierro y al día siguiente los pasaría por las armas. Esto lo supo don Julián Ribera Padilla y en un modelito que desarrollaba una velocidad de hasta cuarenta kilómetros por hora y amigo personal del general Ortega Aguilar le comunicó los hechos. Inmediatamente tomó pluma y papel y se dirigió al jefe político diciéndole que en honor a los hechos de armas de la Revolución le pedía que soltara a los muchachos, que los sancionara  administrativamente, que eran jóvenes.

Hay viene don Julián con el recado, ya para eso el de la fusta golpeándose las botas esperando al día siguiente ya sabía que uno de los muchachos era el hijo del general Ortega Aguilar. Escribe unas letras y ahí va  don Julián para atrás. Las leyó el general y escribió unas líneas: “Llévaselas, Julián”. Hay viene don Julián. Esos párrafos decían palabras más palabras menos: o sueltas a los tres o no sueltas a ninguno. Ahí te buscaré más tarde.

Al día siguiente los tres muchachos llegaban tranquilos a las Playitas de la Concepción aunque no se escaparon de la bastoniza que les puso Ortega Aguilar.

Se pudiera pensar que hay una aversión contra el uniforme militar: esto es un homenaje también a varios que conocí tales como el general Lorenzo Núñez Avilés, al Coronel Belmonte, al general Acosta, al General Antonio Ruvielo Bazán, al Capitán Narciso Cruz García. A un oficial llamado Donato Acosta.

Inclusive el primer domingo de julia de 1958 se llevaría a cabo elecciones presidenciales. A quienes pertenecemos al Servicio Militar Nacional nos acuartelaron en lo que hoy es el mercado madero. Memo Ayón que tiraba guantes y algunos soldados lo sabían se quisieron medir. En diez minutos había tumbado a tres. Esto lo supo un mayor que estaba a Cargo del recinto militar y llamó a formación y llegó con unas botas que estaban amarradas hasta las rodillas y con una voz potente mando: ¡Atención, Firmes, Ya! Y todos con la mirada al frente y empezó: “Están en un recinto militar, por lo tanto todo aquello que altere el orden será sometido a las leyes militares”.  ¡Atención, Firmes, Ya! Ya se retiraba cuando una voz de los ahí formados les gritó: Utoo el viejo! Y prudentemente el militar siguió su camino y no daré su nombre por respeto a su memoria pero quienes lo conocían dijeron que se iba riendo, y dijo: Pinche Palomilla no se aguanta. Conocimos también al mayor Galicia que prestó importante servicio a jóvenes del servicio militar nacional.

Pero ahora al parecer hay muchos que lo hicieron sin pólvora de a deverás.

La frase de hoy:
A como se estan poniendo las cosas por si o por no ya me mandé unas botas de soldado.

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