En la opinión de Alfredo González

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Una opinión: un miércoles con Fidencio, en la mesa de las playitas y en  San Pedro de la Presa.

Fidencio Romero Higuera fue el hijo menor de una numerosa familia. Los azares del destino me llevaron al Eco de California donde lo conocí y posteriormente fue el padrino de primera comunión de mi hijo Alfredo.

Este miércoles quise dedicarlo a esos recuerdos. El día mas movido era el viernes ya que el Eco circulaba los sábados y de ahí en torno a la legendaria mesa había opiniones diversas y hasta desacuerdos en algunos artículos pero que dinamizaba la edición. Se indicaba en punto del mediodía la recta final del semanario informativo. A media tarde llegaba el ingeniero Sebastián Díaz Encinas con suficiente material etílico y diversas botanas para aguantar el recorrido. En tanto mi compadre Humberto de los Ríos Cuevas fundía el metal en el crisol del linotipo  para formar las oraciones.

Se empezaba a poblar la mesa que tenía un emparrado. El compadre Franco Trasviña, don Manuel Encinas Cuadra y Merce Salgado que eran una especie de asesores, viejos lobos y amigos personales del director Félix Alberto. Un breve descanso y el compa Fidencio toma una guitarra y le da un pequeño registro afinándola y ajustando el capotasto y de pronto se soltaba hablando: “La vida del rancho es diferente. Ahí nos tenemos que ajustar a lo que tenemos junto. Ustedes no me lo van a creer pero hace tiempo se dio el caso en que una niña fue invadida por una minúscula esquina que el viento depósito en uno de sus ojos. El cual fue presentando severos problemas. Día con día la inflamación era más visible y mientras la señora le lavaba con manzanilla su ojo con cuidados y aplicaban pomadas pero la inflamación iba deformando el rostro infantil”.

San pedro de la presa está ubicada al norte de la ciudad de La Paz sin embargo el camino para la carretera en ese tiempo estaba en condiciones deplorables. Era difícil poder sacar la carretera a un enfermo. Se da tiempo el compa Fidencio de aventarse un pajuelazo, pero llego un viejecillo con un bote de cristal en la mano y les dijo que ahí llevaba el remedio. Era un piojo. Sabido es que un piojo tiene una docena de patas que rematan con unas garras con las cuales se aferran sobre todo al cuero cabelludo. Su movimiento de patas es a gran velocidad. Depositaron el invertebrado y antes de quince minutos en uno de sus movimientos el piojo había aprendido inconscientemente el alhuate que puso en peligro a la criatura. A las pocas horas se empezó a observar la mejoría. A los cuatro días era aquella criatura llena de alegría. Se atusaba el bigote Fidencio diciendo: “nadie se dio cuenta cuando se retiró el anciano”. Vivía en una choza en la brecha que conducía al lugar llamado Ángel de la Guarda. Todos nos quedamos estupefactos. Un parasito puede ser benéfico en lugares tan difíciles para trasladarse a la ciudad. Cerro su alocución el compa Fidencio cantando con su guitarra: “el piojo y la pulga”.

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