En la opinión de Alfredo González

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Valente
Aquel día el viejo de 1.90 de estatura delgado que los pies parecían no tocar el suelo, se levantaba con una extraña premonición, el aleteo de mariposas en el bajo vientre y salió con un vaso de peltre de café negro rumbo al corral. Era el mayordomo de don Raúl Estrada Navarro y valdrá decir que era hermano de mi abuela materna, Lucia Gonzalez García. Volteo la mirada hacia el sur y por la cañada larga distante se escuchaban ruidos extraños. La casa del rancho había quedado a salvo de las avenidas del arroyo en donde se encontraba el abrevadero. Pego su oído a la tierra y escuchaba como una tropelada. Con el tiempo para subir y bajar al rancho o al arroyo se había hecho como un camino de piedra laja. Los ruidos cada vez eran más cercanos y decidió tomar sus providencias: la voz firme de Valente Gonzalez García se escuchó: “Lucia, tráeme el arma y las balas”. Debemos aclarar que era una veintidós de un solo tiro. Solemnemente doña Lucia le entrego el arma y las balas y el tomo una sola. Las demás llévatelas porque si fallo no habrá tiempo de recargar. Casi estoy seguro de que es un caballo con la rabia. Efectivamente se escuchaba el piafar del Kino completamente fuera de sí, tumbando árboles, ciruelos, era tal la fuerza de aquel endemoniado animal (después se supo que en el camino había destrozado unas casitas y matado a sus habitantes).
La orden fue tajante: “Lucia, vete con los muchachos a la parte de arriba, el animal va a entrar por aquí, no tiene otra entrada, si nos encerramos a escondernos donde nos escondamos va a echar la casa abajo y nos matara a todos”. Con los ojos se despidieron e hicieron caso de la orden.
En la última tranca del corral puso su nalga izquierda pero antes había tomado un puñito de tierra finita y vio con beneplácito que caía como una cascada, el viento lo tenia a su favor. Se sentó en la tranca, recordó a sus padres y todas las necesidades pasadas y tengo la seguridad que se encomendó a Dios. Efectivamente el caballo llego hasta el abrevadero y respingo ante el agua, opto por tomar la salida de la piedra donde se oían resbalones y se logro encumbrar. Llego frente al viejo Valente, este respiro profundamente y mantuvo el aire. A treinta metros apunto. Cuando escucho el “zooc”, el ranchero sudcaliforniano sabía que había dado en el medio de los ojos que todavía los estertores de la muerte pareciera dar lumbre en los ojos. Aflojo el cuerpo y cruzo los brazos, descanso la cara. Había llegado el momento pues. Sus hijos se quitaron el sombrero frente al hombre aquel y les dijo:” estos animales son de los mas nobles, pero cuando la rabia los enferma no se puede dejar que sigan haciendo daño”.
Debido a un problema de salud que todavía me aqueja como a uno de mis hijos vamos a tratar de cumplir el compromiso y por lo pronto amigo Humberto seguirás contando conmigo dos o tres veces por semana, le mando abrazo a mis lectores.

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