Día de muertos

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Por: Profr. Alfredo González Glez

Estamos recordando a quienes un día marcado desde el primero que nacieron tenían el sino señalado.  Son aquellos transitando por el camino interminable.

Muchos la definen como el despertar del sueño de la vida.

En Egipto aquellas gentes pudientes eran momificadas y se les colocaba el Libro de los Muertos porque iban a comparecer ante el juicio de Osiris.

En el texto de Rodolfo Benavides autor de la obra las Profecías de la Gran Pirámide viene una serie de conceptos relacionados con la muerte.

De todas ellas seleccionamos una que expresa: “Tengo hoy la muerte frente a mi como el paisaje del nativo pueblo, para el hombre que estuvo prisionero y que regresa hoy al fin  a su nativo pueblo”.

Siempre recuerdo a nuestra flor de mayo. Se marchito. La vida le puso muchos obstáculos y a base de esfuerzos y siendo padre y madre recomendaba que nunca juzgáramos los actos inconvenientes.

 La observaba en la vieja cocina y en una hornilla hecha de barro moldeada con ceniza el quehacer empezaba a las dos de la mañana elaborando las donas que deberían ser entregadas a las ocho de la mañana en dos escuelas de enseñanza media y para las once de la mañana una hornilla improvisada en el patio donde pondría el cocimiento de aletas y cuartos de caguama, el hígado,  mientras se dedicaba a picar la verdura. Jamás he probado caguama más sabrosa. El secreto, me decía, es que la cebolla debe estar bien curtida, el chile verde tatemado y después picar los cuartos,  las aletas y la carne del pecho y en el ultimo hervor medio vaso de vino tinto. La entregábamos por pedido a tres pesos del plato. 

A don Pedro Tarango, a don Ignacio Collado, Felipe Palencia, Juan Unzon Cordero, Jesús Mendía, a un sastre de apellido Crespo, al profesor Muñoz, que estaba más lejecitos por la Altamirano, etc. Había quienes pedían dos, tres, o hasta cuatro platos. Entre aletas, cuartos, pecho e hígado y verduras se gastaban menos de 60 pesos. Para las cinco de la tarde había una ganancia de 170 pesos. Solita nos enseñó lo que era llevarse el pan a la boca. Nos enseñó valores, considerado como la mejor herencia.

Para ti mamá, para mis madres de crianza Sarita Tuchman, Angelita Mayoral, Aurelia Pedrin y Sarita Delgado, una flor y una oración. Y hacemos extensivo a todas aquellas madres del alto golfo de california que una de ellas me bendijo como madre de mis hijos.

La frase de hoy se la adjudicamos a Netzahualcóyotl: “Madre mía cuando muera, entiérrame en el hogar, y al hacer el pan espera, y por mi ponte a llorar. Y si alguien en saber se empeña la causa de tu penar, dile que la leña es verde y el humo te hace llorar”.. (Netzahualcóyotl, Rey de Texcoco).

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